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OLDBOY / EEUU / 2013
Hace once años, el OLDBOY de Park Chan-wook fue mi entrada por la puerta grande al cine coreano. Pantalla grande, recomendación de un buen amigo (eterno agradecimiento, Emil) y se obró el milagro: esa sensación única que ocurre muy de vez en cuando al ver una película, ese sentimiento inabarcable de volver a descubrir el cine, de recordar a ras de epidermis por qué amo tanto el séptimo arte. Obra maestra incontestable del cine mundial de los últimos lustros, todo el planeta giró su mirada hacia oriente para descubrir que, carajo, allí estaba pasando algo muy gordo. Una década más tarde Spike Lee (!!) estrena el remake de OLDBOY, porque parece que el público yanqui sigue sin ver cine que no tenga acento de Arkansas. Innecesario: por supuesto. Inferior al original: no hace falta decirlo. Un desastre absoluto, una blasfemia, como muchos gritan: tampoco es para tanto, vuelvan a tomar su medicación. Obviamente, la película de Spike Lee (insisto: !!) es una especie de OLDBOY para dummies. Se barre de un plumazo todo lo que en el original había de ambigüedad moral, humor atravesado y esa pátina onírica para convertir esta alucinante historia en un violento, efectivo y hasta cierto punto extraño thriller de venganza para aquellos que no disfrutaron de la original. Ni más ni menos. Lee, consciente de que no le va a llegar ni a la suela del zapato a Park Chan-wook, se dedica a lanzar al respetable guiños cómplices (¡pero cómete el puto pulpo!) y trata de rehacer alguna escena mítica (martillo y pasillo, no digo más) con desigual fortuna. Josh Brolin, convertido física y moralmente en una tanqueta humana, ayuda, y mucho, a que la película no decaiga demasiado, un acierto, pero Lee se equivoca en la visión fashion-verbenera de los dos malos de la función: Samuel L. Jackson, "nigger man", sigue viviendo en una de Tarantino, y Sharlto Copley sólo logra provocar un poquito de vergüenza ajena. La malsana poesía coreana se trasmuta en un soneto de rima consonante fácil de asimilar a la primera, la delicatessen oriental en una pasta regurgitada y pre-masticada para matar el hambre. Entretenida con algún momento puntual hermoso e intenso, quizás la película de Spike Lee pueda gustar con moderación a todos los que no hayan visto la original, pero esos pobres incautos pueden estar seguros de que están consumiendo un OLDBOY "marca blanca". 

- Lo mejor: Josh Brolin, y su ajustado metraje, que logra no aburrir

- Lo peor: esa habilidad tan yanqui de convertir lo excepcional, misterioso y mágico en carne de palomitas y multisala

  CABEZAS


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